Ferreteria1

El ferretero era ese comerciante entregado cuya labor consistía en humillarnos, poniendo de manifiesto nuestra ignorancia sobre el misterioso -y atractivo- mundo de la tornillería, los cables y todos los materiales que hay sobre la faz de la ferretería.

Si hay algo que puede sacar de sus casillas al ferretero, es que los clientes vayan de listos pidiéndole las cosas por su nombre técnico. Es un vocabulario prohibido para nosotros, estúpidos aspirantes a usuario de taladradora que, más pronto que tarde, organizarán un desastre en casa. Términos concretos como escuadra, tacos del 8, tornillos de rosca madera, tirafondos o ramplus no pueden salir de nuestra boca, pues para el ferretero sonarán como una bomba de relojería. Lo que él quiere -necesita- es que nos humillemos ante Dios en su ferretería y nos limitemos a decir qué coño pretendemos hacer para que él decida el sorprendente adminículo que necesitamos, abriéndonos así nuevas áreas de conocimiento que jamás habríamos sospechado.

A mí, sin embargo, siempre me gustaron las ferreterías. Allí se respira el aroma del metal mezclado con el PVC y tienen una colección tremenda de cajoncitos y habitáculos diminutos llenos de piezas multiformes. Todo está colocado en un orden establecido por el ferretero, único conocedor del paradero de cada pequeño objeto, por rebuscado que sea. Es, por tanto, lo más parecido a una botica; miren, si no, la foto que encabeza este post. No me digan que no les falta una bata blanca a esos señores.

Mi relación con el asombroso mundo de la ferretería comenzó a muy temprana edad, cuando mi padre, el Sr. Garland, decidió que ya era suficientemente mayor para hacerle recados, es decir, ya sabía andar y hablar para pedir las cosas. Como ya he dicho, la ferretería me gustaba y me intrigaba, pero el ferretero… él me daba pánico. Yo sabía que no podía fallar: tenía que salir de casa habiendo memorizado 3 cosas sin relación aparente entre si:

“Alambre – galvanizado – del 10”

ó

“Tornillo – rosca madera – del 8”

Y que solían acabar con un número que, por algún misterioso motivo, era importante, o sea, que no había salido al azar de un bombo del bingo. Es la verdad, siempre era así y memorizar tres conceptos sin significado me ponía las cosas muy difíciles. Otros ejemplos espeluznantes:

Antena y clema

El camino de casa a la ferretería era un infierno, mucho peor que enfrentarse a un examen del cole. Según me aproximaba a mi amargo destino, me asaltaban las dudas: ¿era coaxial lo que iba después de cable antena? ¿no era la palabra clema lo que iba ahí, en el medio de esa serie? ¿qué horrible tragedia podría ocurrir si cometía el error de mezclar conceptos? El caso es que, de alguna manera, conseguía entrar en la ferretería aparentando cierta seguridad. Delante del ferretero soltaba la frase memorizada pero él, cruel como sólo puede serlo un ferretero, ponía cara de fastidio y me preguntaba que para qué quería eso exactamente. Yo se lo contaba, pero él nunca estaba conforme: lo que le había pedido no servía y tenía que llevarme otra cosa. Dejaba a mi padre a la altura del betún y por eso volvía siempre a casa acojonada, pensando en la hostia que me iba a llevar por hacerle caso al ferretero. Y es que, claro, ¡a ver quién le llevaba la contraria! Pero nunca hubo represalias; el ferretero siempre llevaba razón.

Como comprenderán, con este panorama desolador enseguida llegó el momento de no querer ir a la ferretería. Yo le decía al Sr. Garland:

“jolín, ¿y por qué tengo que ir yo?”

Y él me decía: “porque…

Por cierto, que con esto queda claro que Luke es un mierda. Si a mí mi padre me hubiera confesado que era Darth Vader le habría dado un abrazo. Y si me hubiera dicho que “juntos dominaremos la galaxia”, ya es que te cagas. Y míralo, la cara de asco que pone el muy imbécil. Bueno, que me estoy desviando del tema.

En estos tiempos difíciles que nos ha tocado vivir, las ferreterías están desapareciendo poco a poco. Apenas quedan ferreteros auténticos, de ésos que te obligan a aprender a base de humillarte. Las multinacionales y grandes superficies están acabando con ellos.

Boikoteadores

Encima, algunos se exhiben con faltas de ortografía sin pudor alguno, publicitándose de forma masiva con esa “g” que tanto daño puede hacer a las nuevas generaciones. Luego le echan la culpa a los videojuegos, pero a mí me dan ganas de matar cuando veo estas cosas.

Y es que no podemos comparar estos engendros de autovía con nuestras ferreterías tradicionales. Cuando entras en uno de ellos, lo primero que llama la atención es el impacto que produce ver todas esas cositas de ferretero colocadas como si estuviéramos en un supermercado. ¿Dónde está el aspecto de botica, sus cajones y sus habitáculos? ¡Pero si hasta ves a gente con carritos! ¿Qué será lo próximo? ¿Llevar al Pato Donald y a Pluto para animar el ambiente? Lo segundo, y no menos importante, es que nadie te humilla porque, sencillamente ¡nadie te atiende! Encontrar a un empleado al que preguntar por el pasillo donde esconden el material eléctrico es, la mayoría de las veces, imposible. Lo más curioso de todo es que si consigues que alguien te atienda, resulta que tienen menos idea aún que tú, y mira que es difícil.

Por eso, desde Loca Academia de Vaders queremos hacer un llamamiento: SALVEMOS A NUESTROS FERRETEROS. Evitemos que los supermercados del tornillo acaben con ellos. Queremos tiendas llevadas por profesionales, por personas apasionadas de su trabajo que puedan aconsejarnos e incluso, en el caso de los ferreteros, ordenarnos comprar una cosa determinada porque saben lo que nos conviene mejor que una madre. Ferreteros, no estáis solos. La Academia jamás consentirá que os extingáis y tomará medidas para que vuestra repoblación sea inminente.