El ferretero era ese comerciante entregado cuya labor consistía en humillarnos, poniendo de manifiesto nuestra ignorancia sobre el misterioso -y atractivo- mundo de la tornillería, los cables y todos los materiales que hay sobre la faz de la ferretería.
Si hay algo que puede sacar de sus casillas al ferretero, es que los clientes vayan de listos pidiéndole las cosas por su nombre técnico. Es un vocabulario prohibido para nosotros, estúpidos aspirantes a usuario de taladradora que, más pronto que tarde, organizarán un desastre en casa. Términos concretos como escuadra, tacos del 8, tornillos de rosca madera, tirafondos o ramplus no pueden salir de nuestra boca, pues para el ferretero sonarán como una bomba de relojería. Lo que él quiere -necesita- es que nos humillemos ante Dios en su ferretería y nos limitemos a decir qué coño pretendemos hacer para que él decida el sorprendente adminículo que necesitamos, abriéndonos así nuevas áreas de conocimiento que jamás habríamos sospechado.
A mí, sin embargo, siempre me gustaron las ferreterías. Allí se respira el aroma del metal mezclado con el PVC y tienen una colección tremenda de cajoncitos y habitáculos diminutos llenos de piezas multiformes. Todo está colocado en un orden establecido por el ferretero, único conocedor del paradero de cada pequeño objeto, por rebuscado que sea. Es, por tanto, lo más parecido a una botica; miren, si no, la foto que encabeza este post. No me digan que no les falta una bata blanca a esos señores.
Mi relación con el asombroso mundo de la ferretería comenzó a muy temprana edad, cuando mi padre, el Sr. Garland, decidió que ya era suficientemente mayor para hacerle recados, es decir, ya sabía andar y hablar para pedir las cosas. Como ya he dicho, la ferretería me gustaba y me intrigaba, pero el ferretero… él me daba pánico. Yo sabía que no podía fallar: tenía que salir de casa habiendo memorizado 3 cosas sin relación aparente entre si:
“Alambre – galvanizado – del 10”
ó
“Tornillo – rosca madera – del 8”
Y que solían acabar con un número que, por algún misterioso motivo, era importante, o sea, que no había salido al azar de un bombo del bingo. Es la verdad, siempre era así y memorizar tres conceptos sin significado me ponía las cosas muy difíciles. Otros ejemplos espeluznantes:
El camino de casa a la ferretería era un infierno, mucho peor que enfrentarse a un examen del cole. Según me aproximaba a mi amargo destino, me asaltaban las dudas: ¿era coaxial lo que iba después de cable antena? ¿no era la palabra clema lo que iba ahí, en el medio de esa serie? ¿qué horrible tragedia podría ocurrir si cometía el error de mezclar conceptos? El caso es que, de alguna manera, conseguía entrar en la ferretería aparentando cierta seguridad. Delante del ferretero soltaba la frase memorizada pero él, cruel como sólo puede serlo un ferretero, ponía cara de fastidio y me preguntaba que para qué quería eso exactamente. Yo se lo contaba, pero él nunca estaba conforme: lo que le había pedido no servía y tenía que llevarme otra cosa. Dejaba a mi padre a la altura del betún y por eso volvía siempre a casa acojonada, pensando en la hostia que me iba a llevar por hacerle caso al ferretero. Y es que, claro, ¡a ver quién le llevaba la contraria! Pero nunca hubo represalias; el ferretero siempre llevaba razón.
Como comprenderán, con este panorama desolador enseguida llegó el momento de no querer ir a la ferretería. Yo le decía al Sr. Garland:
“jolín, ¿y por qué tengo que ir yo?”
Y él me decía: “porque…
Por cierto, que con esto queda claro que Luke es un mierda. Si a mí mi padre me hubiera confesado que era Darth Vader le habría dado un abrazo. Y si me hubiera dicho que “juntos dominaremos la galaxia”, ya es que te cagas. Y míralo, la cara de asco que pone el muy imbécil. Bueno, que me estoy desviando del tema.
En estos tiempos difíciles que nos ha tocado vivir, las ferreterías están desapareciendo poco a poco. Apenas quedan ferreteros auténticos, de ésos que te obligan a aprender a base de humillarte. Las multinacionales y grandes superficies están acabando con ellos.
Encima, algunos se exhiben con faltas de ortografía sin pudor alguno, publicitándose de forma masiva con esa “g” que tanto daño puede hacer a las nuevas generaciones. Luego le echan la culpa a los videojuegos, pero a mí me dan ganas de matar cuando veo estas cosas.
Y es que no podemos comparar estos engendros de autovía con nuestras ferreterías tradicionales. Cuando entras en uno de ellos, lo primero que llama la atención es el impacto que produce ver todas esas cositas de ferretero colocadas como si estuviéramos en un supermercado. ¿Dónde está el aspecto de botica, sus cajones y sus habitáculos? ¡Pero si hasta ves a gente con carritos! ¿Qué será lo próximo? ¿Llevar al Pato Donald y a Pluto para animar el ambiente? Lo segundo, y no menos importante, es que nadie te humilla porque, sencillamente ¡nadie te atiende! Encontrar a un empleado al que preguntar por el pasillo donde esconden el material eléctrico es, la mayoría de las veces, imposible. Lo más curioso de todo es que si consigues que alguien te atienda, resulta que tienen menos idea aún que tú, y mira que es difícil.
Por eso, desde Loca Academia de Vaders queremos hacer un llamamiento: SALVEMOS A NUESTROS FERRETEROS. Evitemos que los supermercados del tornillo acaben con ellos. Queremos tiendas llevadas por profesionales, por personas apasionadas de su trabajo que puedan aconsejarnos e incluso, en el caso de los ferreteros, ordenarnos comprar una cosa determinada porque saben lo que nos conviene mejor que una madre. Ferreteros, no estáis solos. La Academia jamás consentirá que os extingáis y tomará medidas para que vuestra repoblación sea inminente.
29 marzo, 2011 at 23:34
Yo tengo, debo confesar, un pasillo dedicado en L&M. Tengo cientos de herramientas y «cosas» divididas en tres grupos: 1) Las que se como se llaman, como funcionan y para qué sirven (10%). 2) Las que se como se llaman, para que sirven, a veces, pero no se usarlas (40%). 3) Las que no sé como se llaman, no se usarlas, y, por supuesto, no se para que sirven (40%). Por supuesto, el último grupo es el que más me gusta. Pero sí, ¡salvemos al ferretero!
30 marzo, 2011 at 8:57
Capazorros, se te ha olvidado poner el cuarto grupo: tus herramientas que no puedes usar porque las tengo yo. Bueno, ha debido ser cosa de tu proverbial delicadeza y saber estar.
30 marzo, 2011 at 9:01
En realidad, La Ferretería formaba parte de un ritual iniciático. Cuando, poco a poco, con el paso de años, ibas asimilando lentamente las sabias enseñanzas del Ferretero y, mientras el atendía con olímpico desdén a un cliente nuevo que creía saber lo que necesitaba y tú llegabas y le pedías algo por su nombre técnico que Él te había enseñado pacientemente.
¡Ah! Cuando asentía -cómplice- y dirigía al nuevo cliente una mirada que significaba «¿ves? no es tan difícil». Pensabas: ya soy mayor.
30 marzo, 2011 at 10:35
A mí no me gustaba ir a hacer recados, y además como para cualquier cosa había que cruzar LA CARRETERA (ya ves tú, vivíamos en la rambla y era una vía de dos sentidos – bastante concurrida en aquellos tiempos, hoy en día no pasan ni los gatos -, pero bueno, q cualquiera q les hubiera escuchado hubiera pensado q era una autopista d cinco carriles y no) no me mandaban ni a por el pan, no te digo a la ferretería teniendo un padre constructor.
Eso sí, mi canguelis era peor, pq era MI PADRE, el constructor, el q me mandaba al cuarto de los trastos a buscarle cualquier cosa y ¡pobre de mí q no diera con ello en un tiempo máximo de 2 minutos! El cuarto de los trastos era (y es) como una ferretería, con sus estanterías, sus cajones y habitáculos… pero sin ferretero. Es decir, mi padre me decía (a gritos): «katangaaaaa!!! Baja y tráeme un tornillo-rosca madera-del 8!!!» y empezaba una carrera contra-reloj q sabía perdida pq, lógicamente, ni puñetera idea ni d lo q era, ni mucho menos dónde coño estaba eso. Posteriormente venía la bronca por no haber superado la prueba y siempre con idéntico final: era él quien acababa bajando a buscar lo q fuera, más cabreado q una mona pq tenía una hija inútil, claro.
De todas formas, experiencias personales al margen, es cierto q acabarán por desaparecer.
Aquí al lado había dos, de las de toda la vida. La primera compartía espacio, no físico, pero estaba puerta con puerta con la mercería de la mujer. Hace años, muchos, hicieron reformas y convirtieron todo el local en mercería/tienda de ropa casposa. RIP.
La segunda, hasta hace poco era del palo a la de la foto. Un laberinto imposible de cables y hierros con muchos señores detrás del mostrador q te daban un papelito q tenías q entregarle en la puerta al abuelo (fundador) para q te cobrara y te diera el cambio mal. Siempre mal. Con la entrada el euro, pagar se convirtió en un calvario como podéis imaginar, pero bueno, el pobre hombre murió y los herederos han pasado a formar parte de una cadena q tiene las tiendas impolutas, tipo supermercado. No sé q ha sido de todos aquellos dependientes, ahora, si no tienes suerte, te toca la nieta, q es muy simpática (cuñada de mi hermana para más inri), pero, lo q tú dices, sabe lo mismo q yo, o sea: nada. RIP.
No obstante, aún nos queda el consuelo de la «ferretería del hombre pequeño». Un cuchitril menos q enano, abarrotado de cachibaches, responsabilidad d un hombrecillo al q sólo puedes ver los días de mucho sol y q, ése sí, tiene absolutamente de todo y te resuelve cualquier duda por jodida q te parezca.
30 marzo, 2011 at 14:50
Ainssss…. las ferreterias, grandes locales de ocio diurno, con cientos de conversaciones, risas y apretones de manos.
Y es que como bien sabes Mara, yo empecé mi etapa laboral como aprendiz reparando maquinaria, para llegar a ser técnico industrial.
Que buenos momentos aquellos en que yo también iba a la ferreteria industrial donde entrar era como ver el paraiso, lleno de herramientas, tornilleria, rodamientos, maquinaria portátil…. ufff. Visitar todas las estanterias y ver como se te engrandecian los ojos y se abria la boca al ver una llave fija de carraca, o un tornillo especial torx, o una llave allen en forma de T…. aún se me cae la baba al recordarlo.
Y es que era un vicio ver las estanterias mientras hacias una cola de media hora que para ti se te hacia corta, luego al llegar al mostrador.. un encaje de manos, un cuarto de hora hablando de «como va todo», media hora más de explicaciones de lo que estaba haciendo y lo que necesitaba, dos risas y la despedida.
Aún tengo cientos de artículos varios en mi taller casero. Un dia haré un post con imágenes sobre el.
31 marzo, 2011 at 13:21
– Sr. Capazorros, se ha dejado usted un 10% de herramientas sin clasificar. Supongo que corresponderán a las que dice el Sr. Carp, o sea, las que le ha ido prestando haciendo el pringao.
– Sr. Carp, yo es que nunca aprendí, así que eso de las miradas de complicidad con el ferretero no me ha tocado. Una lástima, porque mire que le puse empeño.
– Katanga, muerta me dejas. Lo tuyo es peor que lo mío si cabe. Esa presión paterna tan bien descrita… jo, aunque reconozco que también yo he soportado algo de eso. Lo de tener un tiempo límite para encontrar una pieza que ni siquiera sabías el aspecto que podía tener, me suena mucho. Y lo de ir resoplando a por ella porque tiene una hija inútil, también. Jejeje. Como mola no estar ahí para seguir sufriéndolo xD.
– Alhuerto, ¿locales de ocio diurno? Joer, que descripción tan buena de una ferretería. Claro, para ti será algo parecido al paraíso. Seguro que a ti te dicen «tirafondos» y sabes de qué te están hablando. Y lo mismo hasta sabes para qué sirve! Bueno, pues esperaremos ansiosos ese post ferretil del que hablas, a ver qué cosas tienes
1 abril, 2011 at 23:49
Es vedad, pero Pcbcarp no las tiene. Me deja usted preocupado. ¿Andeandaran?
5 abril, 2011 at 20:37
ay mara, tengo que decir que yo tambien fui parte de ese complot paternal, que si ve por una broca, y los tornillos….q nunca daba con el numero q me decia mi padre,y a mi tampoco me miro el ferretero con complicidad, y lo intente, q coño!si lo sigo intentanto, aki en la galaxia sur tengo que decir q aun conservamos 2 ferreterias al uso, larga vida!
14 abril, 2011 at 14:17
Si tu galaxia es la misma que la mía… esas 2 ferreterías son entrañables, como sus ferreteros claro!!!!
14 abril, 2011 at 19:58
Por supuesto que lo son. Y yo añadiría: «hay que iiiil»
11 junio, 2011 at 10:13
Yo soy FERRETERO, de los de siempre, aparte de todo ese vocabulario, encuentro a faltar una medida muy habitual en nuestro mundo: la gruesa.
¿Y que és eso? Sin querer humillar a nadie, no es mi intención, una gruesa son 144 unidades. Si quereis saber más , a vuestra disposición desde mi ferreteria en Barcelona,
13 junio, 2011 at 18:14
Hola Adri Cristal. Es un honor para la Academia contar con la opinión de un FERRETERO de los de siempre.
Antes de nada me gustaría pedirte disculpas si hemos utilizado terminología inadecuada. Espero que sepas comprender que nuestra ignorancia no tiene límites. Por eso os admiramos tanto y odiamos esas multinaciones impersonales que no saben atendernos como lo hacéis vosotros, que sois profesionales de verdad. No queremos que os extingáis porque sin vosotros estaremos perdidos.
Y, sobre todo, tengo que agradecerte tu apunte sobre la gruesa. Yo, por ejemplo, no conocía esa medida, aunque sí la había oído mencionar alguna vez, pero no tenía ni idea de qué quería decir.
Si te apetece contarnos alguna curiosidad más, yo estaré encantada de leerte.
Mucho ánimo y, por favor, ¡resistid!
23 agosto, 2018 at 20:59
Gracias, muchas gracias. Soy ferretero y de niño cuando iba a la ferretería me sentía como tú, por eso elegí esta profesión. Me rey mucho.
23 agosto, 2018 at 21:37
Jorge, rey, no elegiste la profesión, ella te eligió a ti! Diez años después, eres maestro ferretero, felicidades.